Cuando llegamos
nos sorprendió el porche de bienvenida, inhóspito, pero con la misma decoración
de madera que el resto del restaurante. Pensamos que nos habíamos equivocado.
Duró un segundo, rápidamente traspasamos el umbral del Habitual y nos sentaron
en nuestra mesa.
Para empezar, gustó
mucho la decoración piscícola de la pared y menos la ausencia de talla en
algunos puntos del techo. La berenjena asada con atún de almadraba fue recibida
con ilusión y celebrada como una versión de “esgarraet”. El disfraz de wasabi del
tartar de remolacha, con unidad de lama de vaca, no fue del gusto de todos los
paladares aunque sí del más exigente. Se entiende la santificación del pan
cuando lo pruebas: don crujiente, ligeramente picante, y en resumen excelente. Con
gran alborozo negocié el número de cachos de capítulos de alcachofa, que debía comerme,
porque respondían a una divinidad envuelta en yema que me encantó. Aunque en
general la explicación de los platos fue inexistente, y creo que además fue
innecesaria, la camarera demostró eficiencia en la resolución de dudas respecto
al zaatar. Los entrantes finalizaron con una pastela inmejorable, que me recordó a unos tradicionales pasteles
de carne murcianos que mi padre solía traerme en la infancia.
Hasta ese momento,
y bajo mi punto de vista, respondía muy bien a las expectativas. Sin embargo,
no era la impresión del resto de la mesa. Máxime tras la excursión a los
servicios, pendientes de una procedente reforma.
Con los segundos,
después de haber disfrutado la última botella del vino demandado, y no advertida,
llegaron las disconformidades a su máximo. No gustaron ni las presencias
cartilaginosas de la raya en el plato, ni su guarnición. A mí sí. La plumilla
con el cacao del collaret, triunfó relativamente. A mí me pareció buenísima. La
menestra fue calificada como “menestra”. A mí me deleitó su untuoso verde
brillante, su diversidad botánica y su excelente punto de cocción.
La unanimidad
llegó con los postres. Un disfrute de pastel de jengibre, nueces y especias que
merece ser imitado. El flan de café, suave y sabroso, sólo se me ocurre
calificarlo como suntuoso.
Esta cocina parece
fácil. Me jugaría mi papila de umami a que hay más dedicación, profesionalidad
e inteligencia que detrás de estas letras. Sin embargo la amigable disconformidad
de mi pandilla del, “Valencia cuina oberta “, me anima a escribirlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario