martes, 31 de octubre de 2017

Ineludible

- Dona!, emporte's eixe meret
- Això no és un mero, és una juliola
- A mi, clientes com vostè no m'interessen



Si existe un icono de pluralidad, contraste y singularidad valenciana, es el mercado central de Valencia. Su arquitectura modernista alberga uno de los mercados de producto fresco más importantes de Europa. Repito, de Europa. Mi perspectiva es de clienta habitual desde 1999, año en que descubrí que mis ensaladas no sabían igual que las de mi madre. El secreto, las hortalizas de la huerta valenciana, ese tesoro metropolitano que deberíamos proteger, conservar y defender desde nuestra entraña mediterránea. La huerta, nos corre por las venas, como las acequias árabes, y el mercado central es su tarjeta de presentación.

Local de aprendizaje sociolingüístico, patronímico y alimentario. Verdadera expresión de la biodiversidad de las tierras y los mares propios y ajenos. No hay nada que no haya encontrado en el mercado central. Pero como ejemplo citaré las 5 calidades distintas de azafrán. Las paradas especializadas en venta exclusiva de variedades de judías y de “vaquetes” (caracoles) para la paella. Las de agrios y ajos. La “tonyina de sorra”, el “polp sec” y las especialidades cárnicas separadas por cabañas: porcina, bovina y aviar. El pescado comparte espacio con la casquería, los mariscos, y los bivalvos. Los niños, boquiabiertos, observan las anguilas vivas y se espantan cuando las trocean para su venta. La temporalidad del producto vive en la misma parada: en invierno, cítricos y en verano, cucurbitáceas numeradas según su grado de dulzor.

Es verdad, hay mucha gente. Pero cuando no puedo avanzar, con mi carrito, me entretengo en admirar las naranjas, que no huelen, porque adornan las paredes interiores del edificio. Observo a las generaciones de vendedores y clientes, disfruto el belén en navidad y me lleno de música en fallas. Si tengo hambre, además de las ofertas “fresh take away” de zumos, frutas y demás, pico en el bar avalado por la estrella Michelin del restaurante de su creador.

Cuando no puedo ir compro por internet. Explico por escrito como quiero que me troceen el pollo, la variedad de los tomates, las judías, las lechugas y las patatas. Pido las anchoas en salazón por su marca y las olivas de Aragón por añadas. Me informo por teléfono de la oferta del mar y pido de acuerdo a ella.

Solo le falta un acceso compatible, público y sostenible, o bien, un parking como Dios manda. Ineludible.

A la memòria de ma mare, una ingeniera domèstica de la Marina Alta

sábado, 28 de octubre de 2017

De primera clase

Cenamos de 9 en el “8 y Medio” en la pasada edición de Valencia Cuina Oberta.

A primera vista parece un restaurante globalizado dispuesto para abordar al turista incauto mientras pasea por el centro de Valencia. Aunque a mí me encantan, las olivas “cóctel” del aperitivo no fueron bien recibidas por la mayoría de la mesa. Seguimos con un pulpo, en un buen vector, que los talibanes de las gloriosas preparaciones de la Marina Alta, bautizamos con un “progresa adecuadamente”. Continuamos con un foie en estado de gracia, con higo, reducción de coca-cola y una divertida gelatina de calvados en dados, que se llevó la matrícula de honor al mejor plato de la noche. La primera evaluación finalizó con los  saquitos de ajo arriero con all i oli de ajo negro, delicia crujiente, sabrosa y sobresaliente.

Para la segunda evaluación, el menú diseñado con buen criterio, ofrecía carne, pescado y arroz (mínimo 2 personas). Como éramos un bullicioso cuarteto lo pedimos todo. Personalmente, el arroz  caldoso de pato y calabaza me pareció intenso y notable. Máxime cuando estás cenando, admirando el rosetón de Santa Catalina, y esperas recibir la siguiente versión industrial de tortura arrocera. La carne sorprendía, en el plato, presentada como un archipiélago flotante en una salsa, sabrosa y líquida, que escasamente compensaba su puntito desértico. Tanto ella como él, el bacalao, “necesitan mejorar”.  Aunque yo soy más de salado, del postre no me acuerdo, sirva de indicador.

El resto de puntos, hasta el 9 inicial, se lo gana el servicio. Con una mirada entiendes que se ha atendido a la pluralidad no exenta de profesionalidad. Según Arantxa, lideresa de la hermosa terraza del restaurante esa noche de martes, faltaban “los fuertes”. Ignoro en qué reside su fortaleza, si en el género o en el buen hacer. En cambio, ella, con su carisma, simpatía y habilidad es la primera de la clase sin género de dudas.

Amigable disconformidad

Cuando llegamos nos sorprendió el porche de bienvenida, inhóspito, pero con la misma decoración de madera que el resto del restaurante. Pe...